Calamidad

El hombre y su calamidad


Todos sabemos lo que ocurrió después de que el hombre y la mujer pecaran por primera vez. G. Campbell Morgan analiza extraordinariamente la condición del hombre antes, durante y después de su caída.

 

En la misión de Cristo, la sabiduría de Dios se manifestó y su poder operó, y gracias a estos fue posible que el hombre arruinado fuese redimido y reconciliado. La maravilla de esa sabiduría y la luz de ese poder sólo pueden apreciarse plenamente en la medida en que se comprenda la extensión y la naturaleza de la calamidad que necesitaba a Cristo.

Primero es necesario considerar al hombre según el ideal divino en su condición anterior a la caída; en segundo lugar, considerar la caída por lo que toca a la acción del hombre; y en tercer lugar, contemplar el hecho resultante, el hombre enajenado de Dios. La verdad esencial concerniente a la naturaleza del hombre se encuentra en una expresión descriptiva que se halla en el libro de Génesis y en las Escrituras del Nuevo Testamento. Se habla de él como «creado a imagen y semejanza de Dios». Para entender el significado de esta expresión lo mejor es leer todas las Escrituras donde aparece.

«Entonces dijo Dios: Hagamos al nombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gn 1.26, 27).

«Este es el libro de las generaciones de Adán. El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo» (Gn 5.1).

«El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre» (Gn 9.6).

«Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón» (1 Co 11.7).

«En los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Co 4.4).

«Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación» (Col 1.15).

«Y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno» (Col 3.10).

«El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (He 1.3).

Estos son los únicos pasajes en que se declara en forma definitiva que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. El significado de esta expresión puede dilucidarse mediante un examen exacto de las palabras empleadas. La idea radical de la palabra hebrea traducida por «imagen» es la de una sombra. De la otra palabra no puede haber mejor traducción que la adoptada, vale decir, «semejanza».

Con respecto al Nuevo Testamento, el término traducido por «imagen» en las primeras Escrituras citadas es eikon, que sugiere la idea de un parecido de contorno, muy literalmente un perfil. La palabra traducida por «imagen» en el pasaje de Hebreos es la palabra kharakter, que simplemente significa una copia exacta, o un grabado. Así se verá que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la expresión sugiere una semejanza definida más bien perfecta en Dios, y es imperfecta en el hombre. En Dios la inteligencia, la emoción, y la voluntad son ilimitadas. En el hombre se encuentran todas estas características, pero en cada caso sujetas a limitaciones. Él no tiene un conocimiento absoluto, siendo limitada su inteligencia; asimismo, su naturaleza emocional sólo puede actuar dentro de limitaciones relativamente estrechas, y el ejercicio de su voluntad está limitado por la demanda de una causa, que nunca se halla perfectamente dentro de él mismo.

Tal como fue creado originalmente, el hombre no estaba solamente en la imagen de Dios. También fue hecho para vivir en unión con Dios, de modo que toda su limitación pudiera hallar su complemento en la vida ilimitada del Eterno. Es un gran error pensar que el hombre fue hecho y luego puesto en cierta posición, donde pudiera levantarse o caer, según la capacidad de su propia personalidad. Más bien debe recordarse que fue creado a imagen de Dios y después colocado en la posición probatoria por la cual tenía que pasar sin daño hacia alguna forma mayor de existencia, de vivir en unión con el Dios que lo creó. No obstante, si elegía una existencia separada y cortaba la unión, entonces en ese acto causaba su propia ruina; caería.

Esta propuesta vida de unión con Dios puede describirse de dos maneras: como comunión personal, es decir, santidad de carácter, y como actividad cooperativa, o sea, justicia de conducta. Es inútil quedarnos en el huerto del Edén para entender plenamente lo que esto significaba. Allí, en el relato de la creación, se da una tenue sugestión de la intención divina. Es necesario, sin embargo, venir al postrer Adán, Jesucristo Hombre, para una completa apreciación de este intento divino. En él la ininterrumpida comunión con el Padre se manifestaba en santidad de carácter, y la incesante cooperación con Dios se expresaba en absoluta justicia de conducta.

Para una estimación del significado de comunión con Dios es menester recordar el análisis de personalidad ya mencionado: inteligencia, emoción y voluntad. En el hombre que todavía no había caído la inteligencia limitada era, con todo, iluminada, siendo capaz de entender a Dios. La emoción limitada, no obstante, ardía hacia lo conocido, y el hombre amaba a Dios y todo lo que Él amaba. La voluntad limitada, sin embargo, recibía energía de la superior e infinita voluntad de Dios, y así siempre elegía lo que armonizaba con esa divina voluntad. Quiere decir que en el hombre no caído había inteligencia iluminada, emoción encendida, voluntad vigorizada, enteramente dentro del dominio de la divina soberanía.

Luego, más allá de esa comunión personal, había actividad cooperativa, es decir, justicia de conducta. Y otra vez el análisis de personalidad puede tomarse como base de consideración. Toda actividad es la expresión exterior de una inteligencia interior. Los actos de la vida del hombre no caído estaban en perfecta correspondencia con los propósitos de Dios porque su inteligencia había sido iluminada y apreciaba las cosas de Dios. . La naturaleza emocional de tal ser, que apreciaba y amaba los aspectos de Dios, vino a ser la fuente de la cual emergían corrientes de acción, todas moviéndose en la dirección divina. En este ser la voluntad ejercía su más elevada función al escoger los aspectos de Dios, y las actividades de la vida estaban asociadas según las empresas de Dios. La orden impartida al padre de la raza era «señoread». En medio de una maravillosa creación, Dios puso al hombre. La creación en que el hombre se halló no había aún palpado todas las posibilidades de su propia existencia. Aguardaba el toque del hombre en cooperación con Dios para esa realización. Dios colocó al hombre en un jardín para arreglarlo y mantenerlo. La preparación del trabajo del hombre fue de Dios, la creación del trabajador fue de Dios, había perfecta idoneidad entre el trabajo que era necesario hacer y el trabajador preparado. Mientras el hombre vivía en comunión con Dios y cooperaba con Él, toda la creación reconocía su dirección, se sometía a su dominio y avanzaba hacia hermosura y perfección más maravillosas aún.

Estas verdades están todavía evidenciadas por el poder del hombre aún después de su caída. Todos los cultivos de flores, todas las invenciones de la ciencia, son en el análisis final nada más que la cooperación con Dios, que resulta en otras formas de belleza y nuevas fuerzas de utilidad. Una ilustración muy sencilla en la cultura floral es el crisantemo. Hasta hace muy pocos años se lo veía como una flor de jardín anticuada, muy dulce, pero muy simple. Hoy es una de las flores decorativas más espléndidas y maravillosas. Tan hermosa en la largura y delicadeza de sus pétalos, tan poética en su inquieta ondulación de belleza y tan excelente en su posibilidad de color, que bien se la ha descrito como «una rosa irreprimible en su alegría», según el doctor Joseph Parker. La posibilidad de esta hermosura siempre estuvo adentro de esta modesta flor de jardín, y su desarrollo se debió totalmente al descubrimiento que el hombre hizo de ciertas leyes de la naturaleza, las cuales siempre son los pensamientos de Dios.

Así también ocurre en el campo de los descubrimientos científicos. Tome un mapa del mundo y ponga la mano sobre los centros donde se han hecho tales descubrimientos. Indiscutiblemente verá que su mano descansa sobre aquella tierra donde ha resplandecido más intensamente la luz de la revelación cristiana . Estos hechos sirven para probar que es en cooperación con Dios que el hombre es capaz de la más alta actividad, porque en la cooperación con Dios realiza la perfección de carácter. El hombre no caído, entonces, era un ser como Dios, en las partes esenciales de su naturaleza, en el sentido de que era un espíritu que poseía inteligencia, emoción y voluntad. El hombre no caído realizó la más elevada posibilidad de su ser en una vida de comunión personal y actividad cooperativa con Dios.

Queda todavía un hecho más que recordar, concerniente a la condición del hombre que no había caído aún. Fue colocado en circunstancias de probación. Es decir, la ciudadela de su naturaleza era su voluntad. Para él se trataba de escoger si permanecería en esa relación con Dios, que aseguraría su más plena realización de la posibilidad, o si separándose de Dios se acarrearía su propia ruina. Era una alternativa terrible y tremenda. Sin embargo, a menos que le fuese presentada al hombre, se atrofiaría la más alta realidad de su ser, por cuanto el poder de la voluntad, no teniendo nada que escoger, deja de tener valor. Así en el huerto de su actividad, Dios marcó el límite de su posibilidad por dos símbolos sacramentales. Ambos eran árboles. El uno era el árbol de vida, del cual se le mandó comer. El otro era el árbol de la ciencia del bien y del mal, que estaba vedado. Entre estos había una variedad sin fin de la cual podía o no comer, según quisiera. Del árbol de vida tenía que comer, y así, en un símbolo positivo, se le recordaba su dependencia de Dios para el sostén de su ser. Del árbol del conocimiento del bien y del mal le estaba prohibido comer, y así se le recordó la limitación de su libertad dentro del gobierno de Dios. La voluntad finita tiene que ser probada, y subsistirá o caerá según se someta a la infinita voluntad del Dios infinito o se rebele contra ella. En estos términos, el hombre no caído era un ser creado a imagen de Dios. Vivía en unión con Dios, cooperaba en actividad con Dios, tenía los límites de su ser marcados por mandatos simples y definidos que le fueron impuestos. Además tenía promesas de gracia que lo inducían a lo que, por un lado, era lo más elevado, y una solemne sentencia advirtiéndole contra lo que, por el otro lado, era lo más inferior. Era un soberano debajo de una soberanía: independiente, pero dependiente. Tenía el derecho de la voluntad, pero esta sólo podía ejercitarse perfectamente en perpetua sumisión a la más elevada voluntad de Dios. Todo el hecho está resumido en cuanto a la naturaleza humana esencial en esta exquisita copla:

«Nuestras voluntades son nuestras, no sabemos cómo; nuestras voluntades son nuestras para hacerlas tuyas». (Tennyson)

Al considerar el relato bíblico de la caída del hombre, primero es necesario observar bien el proceso de su tentación. En la historia de Génesis se revela claramente la gran distinción entre probar y tentar. La posición del hombre en la economía de Dios era que lo ponía en el lugar de prueba. Esa prueba llegó a ser una definida incitación hacia el mal mediante la agencia del mal ya existente, y expresándose por medio de su príncipe, el diablo. El método del enemigo estaba lleno de toda sutileza. Primero hizo una pregunta calculada para crear el sentimiento de libertad restringida, y así poner en duda la bondad de Dios. Parafraseando la pregunta, dijo: ¿Hay en este jardín algún árbol que te está vedado? ¿Estás limitada y restringida en algún punto de tu voluntad? La contestación de la mujer admitió la limitación que ciertamente existía. Entonces la esencia misma del mal se ve en la interpretación de esa limitación. La limitación en el propósito de Dios era completamente benéfica, y su intención era mantener al hombre dentro de la única esfera en que podía progresar hacia la mayor y más plena posibilidad de su ser. Sin embargo, el enemigo sugirió que fue impuesta por un deseo de parte de Dios de detener al hombre del progreso y ampliación de capacidad. Así se ve que detrás del procedimiento del diablo hay una calumnia en cuanto al carácter de Dios. Hizo que el hombre desconfiara de la bondad de la ley. Apelando al intelecto del hombre, el enemigo creó una expresión calumniosa, haciendo el cálculo de que cambiaría la actitud de su emoción y así podría capturar la última fortaleza, la de su voluntad. Declaró que la naturaleza intelectual no podía desarrollarse debido a esa limitación. Por esta declaración, hizo que el hombre dudara acerca de la bondad del Dios que había hecho la ley. De esta forma, puso en peligro la relación de la voluntad a Dios, pues la quiso atraer a un lugar de actividad fuera de y contraria a la voluntad de Dios.

Entonces vino la caída misma, y su característica esencial era la de una acción independiente. Después de haber puesto en tela de juicio la sabiduría y el amor de Dios, el hombre, en vez de pedir consejo en cuanto a la sugestión del mal, actuó independientemente. En ese acto de autoseparación de Dios cayó del ámbito en que era posible hacer efectivo todo el infinito significado de su ser, al de una ruina total e irremediable. Todos los ríos que han entristecido la vida del hombre tuvieron su nacimiento en este apartamiento de la voluntad del hombre de su debido cauce, el de actuar según la voluntad de Dios. Eligió el torrente sin cauce de una actividad indeterminada y desgobernada. Por haber tomado el fruto del árbol prohibido el hombre desechó el emblema sacramental, porque se había salido de esa esfera de vida de la cual el árbol no participante era el confín. Por la afirmación de su propia voluntad destronó a Dios y se veneró a sí mismo. En cuanto a esencia espiritual, el hombre pecó cuando, escuchando al tentador, dudó del amor y decidió obrar en contra de la voluntad de Dios. Esa caída interior y espiritual del hombre tuvo su expresión en el acto abiertamente cometido de tomar lo que Dios había prohibido.

La consecuencia del acto está revelada en las palabras: «Echó, pues, fuera al hombre». Por su propia decisión y acto, el hombre se ha separado de Dios. Dios, por la necesidad del ser creado, judicialmente separa al hombre de sí mismo. Por haber violado el pacto, al hombre se le pone fuera de sus beneficios. La vida en dependencia de Dios era la vida de unión y cooperación con Dios. Debido a que el hombre eligió la posición de independencia, ahora se encuentra cortado de unión y cooperación. Decir esto es declarar que, por su propio acto, el hombre ha llegado a separarse de la comunión con Dios que constituye su santidad de carácter, y de esa cooperación con Dios que es la condición de justicia de conducta. Ha pasado a una región donde los poderes esenciales de su ser no pueden hallar ninguna adecuada área de operación. Retiene los hechos esenciales de su ser, pero estos no pueden ser perfeccionados por cuanto han perdido su verdadera esfera. De aquí en adelante su inteligencia tiene que estar disminuida por su propia limitación, por estar separada del Conocimiento Infinito. De igual modo su emoción tiene que verse empequeñecida en cuanto a su capacidad, por haber perdido su perfecto objeto en la pérdida de Dios. Su voluntad, una magnífica ruina, perpetuamente tratará de lograr la superioridad, y con todo nunca podrá hacerlo por haber perdido su propia y verdadera fuente de acción, y su propio Amo. Alejado de Dios, el hombre no ha perdido los poderes de su creación original; ha perdido la verdadera esfera de su ejercicio. Su inteligencia está entenebrecida, su emoción está amortiguada, su voluntad está degradada. La inteligencia oscurecida en adelante solo verá lo que está cerca. La amplitud de la condición espiritual ha cesado, y el hombre mirará lo material en una semiceguera que es a la vez trágica y patética. Una amortecida emoción, capacidad nacida del cielo, intentará satisfacerse enteramente dentro del dominio de la tierra; y el amor, dado por completo a cosas físicas, estará para siempre herido por la pérdida de estas. La voluntad degradada, siempre intentando ser autoritaria, dominante, se verá frustrada, dejada atrás, vencida. Desde esta desolación, desde esta desesperante ruina, Dios oye el clamor por un Libertador.

Tomado y adaptado del libro Las crisis de Cristo, G. Campbell Morgan, Ediciones Hebrón

Bienvenidos!
 
Compartir
Share
 
 
Página de Inicio
Agregar a favoritos
 
Otros Links
 
Ministerios Roca de Paz
Sacerdocio Real
Canal Luz
Canal Enlace
Música Cristiana
Himnos Evangélicos
Wiki Cristiano
Maran Ata
Curso de Hebreo
Curso de Arameo
Con Poder
Biblia on line
Faceame
Frases Cristianas
 
Blogs
 
Info Útil
Cómo Agradar a Dios
K2 Adonai
Enlaces Rápidos
Música y Pistas Cristianas
Levanta Tus Manos
 
Misceláneas
 
Juegos Zynga
Música Cristiana
Agenda Online
Cine Pakewaia
Fondos Cristianos
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Visitas 51246 visitantes (83714 clics a subpáginas) Desde 06/01/2010
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis